Hoy fue uno de esos días mágicos que suceden cuando te abres a la aleatoriedad de la vida. Fue un día mágico, de esos en que disfrutas la belleza en la ligereza del aire, en la infinita cantidad y variedad de hojas verdes que nos rodean. Un día en que sientes al universo y a tu mente ser uno mismo.
Resulta que casi todos los días camino de la casa al trabajo y viceversa. Y hoy, inmersa en ese estado elevado al que me imagino que los ascetas y contempladores espirituales pertenecen constantemente, caminé directamente del trabajo al parque cerca de mi casa, me senté en una banca, prendí un cigarro, y comencé a leer.
Leía maravillada ante los misterios del universo, de cómo un simple mapa de la alineación de los planetas en tu fecha, hora y lugar de nacimiento dictaminan tantas cosas en tu vida - les puedo dar fe al respecto-. En eso se me acerca un señor muy mayor, como en las películas, y me pregunta si se puede sentar junto a mí.
Al principio me incomodó que me abordara, pero continué leyendo plácidamente hasta terminarme el cigarrillo. Cuando lo apagué el señor me dijo "Gracias". Lo primero que vino a mi mente fue que me estaba agradeciendo por apagarlo, pero continuó "Gracias por permitirme sentarme a su lado, fumé durante cuarenta años y aún disfruto el olor."
Fué así como comenzamos una plática de, al menos, media hora. Tenía acento extranjero, pensé que Mexicano. Aunque muy viajador dentro de los Estados Unidos Mexicanos, resultó ser guatemalteco, contador de profesión, devoto del ciclismo de jóven y recientemente viudo. Me felicitó por ser egresada del Tec, una "muy prestigiada institución". Fabián tiene 80 años, de los cuales tiene 30 años viviendo en Panamá, y a veces habla tan bajito que no se le escucha, sin embargo está lúcido y sano. Lo que más me impresionó fue su apretón de manos al despedirse -tiene el apretón de manos de un muchacho de 20 años lleno de vida-.
"Vivo en la esquina del semáforo de Calle 50, apartamento 5C, por si algún día quieres pasar a comerte unos buenos frjioles."
Espero nunca olvidar al señor Fabián.
Resulta que casi todos los días camino de la casa al trabajo y viceversa. Y hoy, inmersa en ese estado elevado al que me imagino que los ascetas y contempladores espirituales pertenecen constantemente, caminé directamente del trabajo al parque cerca de mi casa, me senté en una banca, prendí un cigarro, y comencé a leer.
Leía maravillada ante los misterios del universo, de cómo un simple mapa de la alineación de los planetas en tu fecha, hora y lugar de nacimiento dictaminan tantas cosas en tu vida - les puedo dar fe al respecto-. En eso se me acerca un señor muy mayor, como en las películas, y me pregunta si se puede sentar junto a mí.
Al principio me incomodó que me abordara, pero continué leyendo plácidamente hasta terminarme el cigarrillo. Cuando lo apagué el señor me dijo "Gracias". Lo primero que vino a mi mente fue que me estaba agradeciendo por apagarlo, pero continuó "Gracias por permitirme sentarme a su lado, fumé durante cuarenta años y aún disfruto el olor."
Fué así como comenzamos una plática de, al menos, media hora. Tenía acento extranjero, pensé que Mexicano. Aunque muy viajador dentro de los Estados Unidos Mexicanos, resultó ser guatemalteco, contador de profesión, devoto del ciclismo de jóven y recientemente viudo. Me felicitó por ser egresada del Tec, una "muy prestigiada institución". Fabián tiene 80 años, de los cuales tiene 30 años viviendo en Panamá, y a veces habla tan bajito que no se le escucha, sin embargo está lúcido y sano. Lo que más me impresionó fue su apretón de manos al despedirse -tiene el apretón de manos de un muchacho de 20 años lleno de vida-.
"Vivo en la esquina del semáforo de Calle 50, apartamento 5C, por si algún día quieres pasar a comerte unos buenos frjioles."
Espero nunca olvidar al señor Fabián.